En últimas fechas se han leído y escuchado una serie de voces influyentes, en el ámbito de la opinión pública que llaman, en castigo a la clase política, a la anulación del voto o en su caso su emisión en blanco. El abstencionismo activo, sin embargo, tiene en la vía de los hechos el mismo efecto que el pasivo, tanto en lo jurídico, como en lo político.
En nuestra sociedad no ha habido una capacidad de legislar en torno a la necesidad de participación ciudadana en los procesos electorales para legitimar el mandato de quienes ocupan cargos públicos a partir de los resultados de dichos procesos. Es decir, que tiene la misma legitimidad (al menos jurídica y política, que no moral) el diputado que ostenta su cargo después de una elección en la que participaron en 100% de los votantes (si es que eso algún día pasara) y de los cuales un 80% sufraga en su favor, que un diputado en cuya elección voten sólo el 30% (o menos) de los que puedan hacerlo y ellos le brindan el 30% de los votos válidos, siempre y cuando con ello haya sido el que obtenga la mayor cantidad de sufragios. Es decir que, en el caso anterior, alguien que logre convencer al 9% de los votantes puede ser considerado, según las leyes mexicanas, un representante válido y legítimo de sus electores.
Si la gente no vota o vota en blanco, de todos modos alguno ganará, aquel que tenga el mayor número de votos, no importando si consensa en la mayoría de la población. Si sólo votaran sus familias ganaría aquel que tuviera mayor número de familiares en su distrito electoral, pero al fin, llegaría de todos modos a una posición de poder político desde la cual decidiría los destinos de todos los electores, los que hayan votado y no, los que lo hayan hecho por él o por otra opción minoritaria, o incluso mayoritaria si la opción elegida fuera ninguno, s decir, la anulación del voto.
¿Qué pasaría si los votos nulos, fueran superiores a los de todos los candidatos? Simple y sencillo, que el candidato con mayor cantidad de votos válidos ganaría, no importando si estos fueran menos que los nulos, que el rechazo a todos, si fueran incluso la quinta parte o menos, siempre podría ganar si tiene más votos válidos que el resto de los desencantadores candidatos.
Ante lo anterior los analistas, aún así llaman a no votar. Esto claro que tendría sentido si se plantea una transformación a fondo del sistema, de las formas de participación y de representación ciudadana. Pero esa transformación por fuerza tendría que salir de la ruptura del sistema mismo, de su anulación para la creación y consolidación de otro completamente distinto. ¿Por qué? Simple y sencillamente por que un árbol de manzanas únicamente puede dar aquel fruto que está en su naturaleza dar, si se busca otro fruto se tendrá que buscar en otro árbol. La forma en que está constituida la democracia mexicana sólo pueda dar como fruto su continuidad o su transformación gradual sin perder su esencia. O es que acaso alguien piensa que los Diputados que surjan de una elección en donde se llama a no votar y (suponiendo) se tiene éxito, contando con un alto número de abstenciones, dichos Diputados reformaran la ley para auto impedirse en un futuro ganar con tan pocos sufragios.
Ante lo anterior, muchos analistas e incluso los Diputados actuales y los candidatos a serlo hablan de poner el remedio a través de la reelección legislativa. Dicen que así el ciudadano puede castigar o premiar a los legisladores que cumplan o fallen en su labor y en su relación con el pueblo. En un posterior artículo analizaremos a fondo el tema de la reelección legislativa, la cual en mi opinión tiene otros pros y contras. Lo que podemos decir para efecto de este tema es que no surte el efecto se sanción o premio que los analistas suponen. En la actualidad, no hay reelección legislativa, pero quienes hoy son diputados locales en tres años aspiran a serlo federales, o presidentes municipales (jefes delegacionales), o senadores, etc. La historia se repite hasta el infinito, teniendo legisladores que pasan muchos períodos consecutivos sin dejar de serlo. Cumplan o no a la ciudadanía, siguen saltando en cargos que en muchos casos son ratificados por los mismos electores, aún cuando no sea exactamente el mismo cargo. Cuando estas alternativas se agotan, cuando el desprestigio acumulado es demasiado, siempre estará la opción de las listas plurinominales, o de los cargos nombrados en gobiernos locales y federales, desde donde se mantienen los cotos de poder.
El problema de fondo más que el voto en blanco es la transformación de fondo del sistema político mexicano, la creación de nuevas normas para el mismo, el fortalecimiento de leyes que hagan a los servidores públicos, eso, y no personajes privilegiados a partir de la representación popular. Y leyes que doten de verdadero poder a los ciudadanos y no solo de una simulación democrática para que cada 3 o cada 6 años deban elegir a los verdugos que han de seguir aplicándoles el tormento en la interminable cámara de torturas que es la política mexicana. Lo demás es solo contribuir a que cada día se requieran de menos votos, de menos convicciones y de menor representatividad para dirigir los destinos del país.(La caricatura es de la autoría de Rafael Barajas, el Fisgón y aparece publicada en la Jornada del día de hoy 5 de Junio de 2009)